Todo se entreteje. Estamos todos unidos por el mismo hilo. Sin extremo. Infinito. Es el mismo hilo. Gigante armatoste colorado. Me transportas a mi destino, que es el tuyo, porque yo te habito. Rojo como la sangre, en esta esquina donde muere el tiempo te espero.
Me miras, suspendes tus ojos en los míos por unos segundos, como queriendo hurtarle algo, tal vez tu salvación, porque me miras como pidiendo auxilio, no a mí, que no soy nadie, que solo te miro, pero tus ojos piden auxilios, mirando a la nada, perdiéndose en los míos.
Todo se mueve, el punto perfecto de la quietud es la muerte, ¿existe? No es un ideal. Todo se mueve unido por el mismo hilo.
Tú llevas las bolsas del supermercado que cuelgan ahí tensas en tus manos, como queriendo deshacerse sobre el suelo de piedras imperfectas, fragmentadas por el tiempo, de figuras hermosas que cambian: son las sombras arrojadas por el inmenso sol. En el imprevisto jamás visto, las bolsas quieren caerse a tus pies porque la colmas de alimentos. Veo una escoba sin su mástil, un manojo de acelga, unas papas, una caja de te, un paquete de yerba, y demás.
Veo que un pensamiento te lleva perdido entre toda esta gente, autista trauseaunte ensimismado, caminas por pura inercia de tus piernas, que te llevan, mientras a ti es tu pensamiento (¿una mujer, o problemas financieros, acaso?) el que te conduce, quien pierde tus ojos en el edén de tus ideales.
Señoras tristes, con ojos tristes, de hombros caídos, y silencios que son lagrimas andantes, flotantes, lamentables. Esperas también el autobús, "el que va a barrio La Loma", dices y falleces a la espera eterna, la siempre maldecida espera. Por sus ojos veo que la espera, aunque llegué el autobús que la lleva a La Loma, no cesará, siempre esperaran algo, la vida, quizás.
Mujer de brazos cruzados, bufes porque, dices, "hace rato estoy esperando". Estiras el cuello como una jirafa, exigiéndole a tu vista confundirse con el horizonte, como si con el pardo de tus ojos bastará, para que al fin llegue. Pero no, y vuelves a enredar tus brazos, bufes otra vez, y te sientas a mi lado y yo bailo al vaivén de tus piernas suspendidas en el aire a pocos centímetros del suelo.
Veo que se acerca el mío. Lleva un número 6, de panza redonda, estampado en su frente. Dejo por ahora la birome, la tinta cronista de este cúmulo de gente. Quizás después le vuelva a exigir los signos que hablen de la mujer que besa al bebé que, como un gran tesoro, sostiene en sus brazos, o haga una poesía al llanto de esa niña, o invente un cuento sobre los trozos de vida que se enredan en la parada de los colectivos, en donde estamos todos unidos por el mismo hilo. Sin extremos. Infinito. Es el mismo hilo. Llega...
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