Fabian Gomez
Hoy, después de cuatros años de desconcierto, comenzó el juicio por la tragedia de Cromañón. Hoy, la historia vuelve a repetirse, pero esta vez como relato de lo que pudo evitarse, pero que sin embrago, ocurrió. El destino, el contexto, Ibarra, Chabán... alguien quiso que sucediera allí, en un recital, en el barrio porteño de Once, y mientras el grupo de rock Callejeros hacía sonar los primeros acordes de Distinto, la canción con que decidieron abrir el show que hoy es sinónimo de corrupción, tragedia, estupidez, y demás adjetivos que utilizamos cada vez que escribimos sobre el fuego que se mezcló con polietileno y ahogo con su indefectible humo espeso las gargantas de 194 personas, y llenó de lagrimas a miles de padres congregados hoy para concentrar su bronca en un grito: "asesino, hijo de puta", dispararon contra Patricio Fontanet, que debe dar su versión de lo sucedido, mientras cantaba ante 4 mil personas en un lugar donde entraban no mas de 1500.
"Hoy después de Once, un recital paso a ser una trampa mortal en potencia, un juego que te puede llevar a la muerte, un Callejeros, o un Chabán más."
Hoy la justicia tratara de cerrar una herida, sin embrago no podrá cambiar el curso que tomaron las cosas después de Cromañón. Antes del 30 de diciembre del 2004 cuando se iba a un recital, nunca a nadie se le pasaba por la cabeza que no iba a volver, hoy, por más que se diga en broma o que repentinamente te venga a la memoria y luego se esfume, Cromañón se une a nuestro ser nacional como una preocupación más, un miedo más que enfrentar. La inseguridad, el peligro de pensar distinto, de mostrarte diferente, parece ser parte de nuestra cultura Argentina, tanto como Maradona, el Che, y el mate.
Hoy después de Once, un recital paso a ser una trampa mortal en potencia, un juego que te puede llevar a la muerte, un Callejeros, o un Chabán más.
Antes, sin embrago, los encuentros obligados de la juventud proveniente, la mayoría, de la clase media, eran los recitales de rock. La plata que se ganaba en un laburito modesto, o que venía de papi, se gastaba en las entradas, que valían más o menos 30$. Hoy suponer que Cromañón nos condujo a pasar de aquello, a esto que vemos hoy: la nueva cultura de las tribus urbanas, pequeñas sociedades de amigos que se reúnen en lugares abiertos, tomando por completo el espacio que eligen apara sus charlas sin sentidos; y reuniones desde la propia casa, en los ciberespacios, protegidos por la seguridad que brinda el sedentarismo ínter nauta, no sería caer en lo absurdo.
Lo que si es seguro, es que el efecto Cromañón no se hizo esperar. Todas las bandas del país debieron aguardar pacientes la llegada de otro recital, la juventud desaforada debía ahogar su descontrol hormonal con alcohol reunidos en sus casa (lo que luego derivaría en la llamada “previa”), y demás metamorfosis que hoy debemos sufrir.
Lo que hoy se juzga son personas, negligentes, incautas, ingenuas y corruptas, pero la herida ya hizo lo suyo, repercutió en nuestra cultura, es decir, en lo que somos, y en lo que vamos a ser como personas. La muerte (evitable) de casi 200 vidas nos condena a tener que condenarnos entre nosotros, a dudar de todo y de todos, a resignarnos a un fin y un improvisado comienzo, y a tener que repetir, otra vez, y hasta el cansancio, nunca más.
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