martes, 27 de enero de 2009

El desocupado

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...soy un desocupado. Lo cual, creo, significa que nadie me ocupa. Nadie se interesa por mí, no ocupado. Nadie, (según los sinónimos que me da Word), me invade, me asalta, me conquista, me irrumpe, se me mete, me sojuzga, me domina. Soy libre. Pero la libertad cuesta el dolor que todos niegan y esconde en sí. Me vuelvo preso de mi libertad cuando es la peor blasfemia que pueda uno proferir: ¡LIBERTAD!. La libertad me expone a la condición de desocupado, de des-invadido, des-asaltado, des-conquistado, des-irrumpido, des-metido, des-sojuzgado. Y me des-troza, me aleja de toda unidad, me separa en mil pedacitos, me hace añicos. Conclusión: no soy ni esto ni aquello. Soy un desocupado, un inútil, un posible ocupado, no sirvo para nada.
Servir viene del sustantivo servidumbre, o del adjetivo sirviente. Se refiere, creo, al cuerpo y al alma que sirve a otros, de la misma manera que sirve un martillo para clavar un clavo que se salió de la silla, de la misma manera que una escoba para sacar la tierra, de la misma.... etc. Servimos como cosas, de lo contrario somos desocupados, libres, des-conquistado. Unos inútiles, unos locos.
Inútil: “in” otro prefijo de negación, por lo tanto, inútil: el que no es útil, (más sinónimos): ventajoso, lucrativo, rentable, jugoso, logrado, cómodo, remunerativo, y válido. De todos estros sinónimos el que más me inquieta es “cómodo”, es excelente. Confirma mi idea de la comodidad, y la felicidad: la mayoría de la gente piensa que la felicidad es estar cómodo ¿cómo un perro que se espanta las moscas con la cola a la sombra de un árbol? Sí esa misma comodidad, o ¿la de estar echado tres horas en un sillón frente a luces que muestran figuras consumibles, efímeras y pacatas. mientras que las demás 21 horas del día hacemos lo que no nunca haríamos de no estar obligados, es decir, "servir" a otros, trabajar? Sí eso es felicidad. . La comodidad es la felicidad, hoy, en esta sociedad. “¿sos feliz? No, “cómodo”. Ahora, ser feliz no solo es ser cómodo, sino útil, ventajoso, lucrativo, rentable, jugoso, logrado, etc. Ser útil a alguien es lo mismo que servir a alguien, que someternos a que alguien sirva de nosotros, de nuestro cuerpo y mente, y que como sirviente o útil de ese alguien no podamos chistar (sinónimo argento de criticar), porque las cosas no hablan, y menos aún se quejan. No, eso sería pecar contra toda dicha de vivir. Bajarse de esta armonía que nos lleva siempre a los mismos sitios donde calzamos como tuerca de una gigantesca maquina. El que es un in-útil, un in-cómodo, un in-ventajoso, in-lucrativo, in- rentable, in-jugoso, in-logrado, in-cómodo, in-remunerativo, y in-válido, en fin, es un in-feliz. Quien se somete al caos del alma, de la búsqueda del yo, de los sentimientos más hondos, es un infeliz, un inhumano, un loco. La locura, sobre todo, es la peor de las infelicidades, de las incomodidades. La locura alimenta a esta sociedad de pestilencia humana, de terror por los sentimientos amargos, de esterilidad ante la discordia, de siestas en masas ante la injusticia.
Pero no hablo aquí de la locura de un político que quiere encerrar, como si fueran moscas, chicos de 12 años y se terminó el problema, a la locura que me refiero, aquella que espanta más que la de los ministros, es la de las personas que no toleran más la maquina, son seres humanos tan fecundos como incomprendidos y excluidos, así como también presa del anarquismo del capitalismo. Sus sentimientos centelleantes estallan en mil luces y encandilan a los cómodos, que no soportan que pueda existir alguien que sienta, que ame, y se los tilda de locos y se los encierra. Shakespere no podría haber vivido hoy ni un segundo en esta castración simultánea y descarnada. La locura es la incansable búsqueda de la verdadera felicidad, que se encuentra lejos de un sueldo que nos garantiza la comodidad, lejos de la pieza de una máquina que está siempre en el mismo lugar, hasta que se gasta, se vuelve vieja y hay que cambiarla. La felicidad se encuentra entre las discordias más insoportables, entre los sentimientos más enconados. La felicidad jamás puede ser comprada, no tiene precio alguno, la felicidad se busca hasta la muerte, en lucha con nosotros mismos y con quienes nos rodean. Quizás sea un ideal, sí puede ser, pero el camino que nos conduce a ese ideal es en donde debemos vivir, VIVIR en el buen sentido de la palabra "vida", que no es lo mismo que existencia, que presencia, que dormir. hoy esta búsqueda no le sirve a nadie, pero sin embargo, es inherente a nosotros. Taparla bajo la mierda de la comodidad, bajo la putrefacta y pestilente mugre de la apariencia física; esconderla con cosas parlantes y bullentes de falsedad sucia y mierdosa, hasta el punto de diluirnos en ella, se vuelve el peor crimen que se viene cometiendo desde que el hombre inventó un ejercito de robots disparador de dardos insultantes, desde que el hombre levantó la voz para cagar por la boca: "¡Locos, Locos! ¡Hay que encerrarlos, se muestran incómodos, inútiles, tristes e infelices! ¡Dicen que no a la felicidad que inventamos, y que tiene que ser calma como un charquito, y no brava como un río!"
Yo soy un desocupado, un inútil, un incomodo (vivo incomodo), un , des-invadido, des-asaltado... un in-jugoso, in-logrado, in-cómodo, in-remunerativo..etc. La hostilidad de la sociedad despierta trastornos psíquicos en mí. Estoy abatido, me encuentro fuera de la máquina. Mientras todos dan sus vueltas vegetativas, yo los miro, grito, a veces río, pero cuando me duele en algún lado soy un desocupado...
Walter Fabian Gomez (Fabi_11g@hotmail.com)

domingo, 25 de enero de 2009

Piedra libre (cuento breve)

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A la memoria del maestro Carlos Fuentealba
Cuando el maestro arrojó la piedra no pensó ni por un momento su destino exacto. Sólo sabía que iba dirigida al enemigo: la policía. Soltó la piedra en dirección a la muralla de escudos que escondía prolijos uniformes azules. La pared de humo provocada por los gases lacrimógenos, sumado al sol del medio día, deformaba los cuerpos, los mostraba casi como un espejismo, como una ola de mar avanzando arrogante. De eso había que defenderse, había que resistir espacio, esquivar balas, gritarle a esa nube negra que avecina la tormenta, había que arrojar piedras. Cuando el maestro juntó la suya (antes la había buscado, la había elegido entre otras más pequeñas) la sostuvo en su mano y sintió que era perfecta. Mientras esperaba que el humo espeso se disipara y le devolviera a su campo visual el lugar preciso donde debía arrojarla pudo decodificar entre todos los gritos uno en especial, en medio del caos encontró orden en unas palabras proferidas por la voz de una mujer: "allá Carlos, allá están" exclamaban, y ¡zas! Con una fuerza que venía desde adentro, desde esos sentimientos que llevaron a los personajes de Shakespeare a la tragedia, el maestro lanzó la piedra.
Solamente el azar, y también un poco el impulso y la dirección del viento --a pesar de la leve brisa caliente--, podían definir el destino final del proyectil rocoso. Cuando el maestro la liberó de su mano derecha se sintió aliviado, no sólo por el peso de ésta, que efectivamente era considerable, sino que también se aliviano un poco de la desgracia de ser un maestro de escuela: vio en esa piedra una obra bellísima, un grito de desahogo convertido en acción directa, instintiva e imprevista cuando la protesta se hace con guardapolvos blancos. Pensó que unos días antes con ese mismo guardapolvo, les había enseñado a sus alumnos que en la época paleolítica la piedra era el único medio del que disponía el hombre para construir herramientas que luego utilizaba para liberarse de las necesidades más elementales... etc. Esta reflexión, en medio del humo, y ahora de los estruendos de balas, le provocó una ligera risotada. Mientras tanto la piedra comenzaba a subir hacía el cielo limpio de nubes. A pesar de que ésta no llegaba a distinguirse de entre las demás, el maestro la siguió con la vista atenta, la vio deformarse por la velocidad que le imprimió su fuerza al lanzarla, y convertirse luego en una especie de estrella fugaz blanquecina. La observó por un momento suspendida en el aire como una nube pequeña. Su gris pardo se deslizaba velozmente en el espacio y su textura sinuosa y áspera (el maestro recordaba la sensación que le había provocado cuando la sostuvo en su mano) contrastaba con la perfecta suavidad del celeste cielo. Finalmente, antes de correr a refugiase, al maestro le llamó la atención que la piedra al traspasar la inmensa pared de humo se perdiera de vista y desapareciera hasta el extremo de serle imposible ver donde iba a llegar. "La puta madre. Ahora nunca voy a saber si sirvió para algo mi piedra", pensó mientras corría sin saber con certeza a dónde lo llevaban sus intrépidos pies.
La mujer que un momento antes le había alertado el lugar donde debía arrojar su piedra lo llamaba a gritos, agitando con gran esfuerzo, sobre su cabeza las manos para que el maestro la viera ya que por el estrépito sordo que producían las balas de los policías todo era un caos de gritos de todo tipo, entre los cuales los de terror eran los que más se oían. Cuando el maestro vio que la mujer estaba oculta detrás de una pared medio construir pensó "allí puedo conseguir varías piedras" y se dirigió al lugar.
La mujer era su compañera de trabajo en la escuela donde ambos enseñaban. A pesar de que en su juventud no estudiaron juntos, cuando comenzaron la enseñanza se hicieron grandes amigos. Eran tan inseparables que en la escuela todos daban por seguro algo más que una amistad, sin embargo nada de eso ocurría. Si bien el maestro en varías oportunidades la había invitado a verse fuera de la profesión, nunca se había animado a decirle que era realmente hermosa. Ahora mientras se dirigía a donde ella lo esperaba, en medio del humo y los estruendos de armas, le surgió un tierno sentimiento al notar cómo sus ojos pardos lo miraban, cómo lo llamaban excesivamente abiertos como si no tuvieran párpados, y se había jurado (todo esto mientras completaba los 70 metros que lo separaban de ella) que luego de esta travesía le diría sin censura lo bonita que estaba en ese momento.
Mientras la piedra seguía deslizándose en el aire, la mujer seguía gritando y los policías disparando, el maestro corría aterrado. Ahora su única preocupación era no morir por una bala. Como era un hombre sedentario, que se pasaba la mayor parte del tiempo leyendo y corrigiendo los trabajos de sus estudiantes, sus piernas empezaron a manifestar, con un dolor tenso y duro, el ejercicio que le exigía la huida, a la par que su pecho se agitaba como un gato dentro de una bolsa arpillera. Sin embargo tenía la ventaja de que sus piernas eran largas, ya que era un hombre excepcionalmente alto (lo que le había costado apodos provenientes del ingenio de sus alumnos), y aunque por un lado el dolor era cada vez más intenso, y sentía también un leve calambres, por el otro tenía la esperanza de que no tardaría mucho tiempo en llegar donde la mujer, (que lo esperaba sin poder salir detrás de la tapia), le gritaba "dale Carlos que están disparando con balas de plomo". Al maestro está noticia le provocó un pavor sólo comparable con el correr de una lagartija subiendo por el interior de su alto cuerpo --desde los pies hasta la cabeza-- que le erizaba hasta los pelos enmarañados de su tupida barba.

Por su aspecto físico el policía no aparentaba sus 21 años. Debajo de sus hombros amplios tenía una caja toráxico robusta y tosca, además sus grandes pies sostenían cuerpo casi de dos metros de altura, por lo que en varías oportunidades le decían, de modo cariñoso, "Chiquito". Su profesión de policía se la había inculcado su padre quien había pasado por la institución sin destacarse demasiado. Por ello su hijo tenía las ansias de poder otorgarle al apellido el prestigio que su progenitor no había logrado.
En realidad el policía era, sólo un ansioso estudiante que contaba los días para recibirse, pues, en efecto, le faltaban unos pocos meses para hacerlo. Su paso por la escuela de policía era destacable. Sus notas eran las mayorías de las veces muy elevadas y su respeto por el orden y el deber, intachable. Todos estos esmeros individuales como estudiante, sin embargo, no fueron tenidos en cuenta por el comisario cuando éste hizo el siguiente razonamiento: "se necesitan refuerzos para reprimir a los maestros y como no los hay, busquemos a los estudiantes que están a punto de graduarse. Todos, sin excepción alguna, son los indicados."
"¡Andá a buscarlos", había gritado el comisario. "Así se van a ser hombres", decía orgulloso de su decisión no muy original.
Por lo único que se preocupaba el policía era por esquivar las piedras. A pesar de que llevaba un arma cargada, no debía disparar, de esto se ocuparían los policías ya viejos, con alta experiencia en el asunto. Sólo debía avanzar en dirección al caos para imponer el orden; en medio de la amplia avenida, con un sol cada vez más arriba, avanzar. Como entre ambas columnas, la de las piedras y las de las balas, se levantaba una pared de humo muy gruesa, el policía veía nacer de ella piedras de todos los tamaños y colores, sin saber quien las arrojaba. Brotaban del espacio como pequeños meteoritos. Aunque el problema no era éste, sino avanzar, ya que mientras lo hacía, más difícil se hacía esquivar las piedras que llegaban cada vez más rápidas y de más cerca, o tal vez era ésta una alucinación producida por el miedo que el policía tenía en ese momento, y que lo obligó a ceder a un poco de desobediencia, a liberar el instinto de supervivencia. Así fue que retrocedió un paso, se separó de la fila para poder observar mejor la dirección de las piedras. Pensó que si contaba con un poco más de espacio podría cubrirse mejor de la lluvia de piedras. Su compañero de la fila cuando no lo sintió más a su lado se dio cuenta de la maniobra.
--¿¡Qué hacés Chiquito!? ¿Sos boludo? Te la van a poner. ¡Volvé acá!
--¡Apurate Carlos, que vienen de todos lados!
--Callate. Acá es más seguro. Vas a ver. Date vuelta y seguí avanzando!
--¡Mejor tirate al suelo. Si corrés así no vas llegar vivo.
--¡No! Vení.
--¡Se me están acalambrando las piernas!
--Soltame. ¡Correte boludo que viene...¡Ayyy! La conch...
"¡Pum!"
--¡Por eso mejor tirate al suelo te digo!
--¡Ah!
--Se me escapó boludo. ¿Estás bien?
--¡Noooooooo, Carlos!
Al caer al negro asfalto la piedra encontró su destino natural, el lugar donde vuelven a pasar inadvertidas para el hombre, a menos, claro, que éste al no encontrar soluciones razonables a sus problemas, las vuelva a necesitar para transitar, por pura melancolía prehistórica, el camino de la violencia.
walter fabian gomez (fabi_11g@hotmail.com)

lunes, 19 de enero de 2009

Desencuentro

Hay veces que me decís: "estás loco" y yo sonrió resignado porque no le encuentro remedio a tu interpretación banal de mis palabras que a pesar de su procedencia profunda mueren ahí, asesinadas por tu inocente indiferencia. Pero el haz de palabras que se cuela por el orificio de mi boca son como moscas persistentes que zumban y zumban, y buscan el espacio calmo de tu interior para posarse en él, y quieren que las vayas percibiendo de a poco, como una leve cosquilla, que luego se torna insistente y molesta y !paf¡ las espantas... pero su caricia inquieta queda en vos, y ellas, las moscas de mis palabras, siguen ahí inquieta buscando el mejor momento para besarte.
Cuando callo, en cambio, mi silencio también te habla y el tuyo me contesta, nos diluimos en ellos, a veces en miradas otras veces en la indiferencia y casi siempre caer en caricias que se adhieren a la piel como mi aliento húmedo detrás de tu espalda, es el mejor final para volver a empezar, pero ya ves, a pesar del la consumación del placer... en fin, no contribuyen mucho en nada, siempre hay algo más. Los días, las horas, etc, (sí también los etcéteras) nos condenan a la búsqueda desesperada de algo que nosotros, atravesados por el mismo acero, creemos encontrar entre sábanas. Pero la mayoría del tiempo utilizamos las palabras, (o ellas nos utilizan a nosotros), y nos volvemos sordos, transitamos en ellas como inexpertos, principiantes que tropiezan cien veces con la misma endemoniada piedra, y nos perdemos amor. Nos volvemos a buscar y nos hallamos siempre en el mismo lugar, donde ya las palabras no existen, no son necesarias, no ya para nuestro lado animal. De manera que seguimos buscándonos en las palabras, y encontrándonos fuera de ellas. Es el nuestro un amor silencioso, lleva en si la brisa del verano que sólo se percibe como una caricia cálida, y nada más. Pero mis palabras también pueden y deben amarte. Si escucharas en otro plano donde los sentimientos nos sacuden, y son lacerantes, donde las palabras se fundan con ellos para encender el dolor que, a pesar de su mala reputación, nos enseña que estamos vivos, que eso es la vida: una dureza rauda e intolerable para la carne, pero vital, asombrosa e inolvidable.
Pero como ni siquiera llegan a entrar en vos mis palabras, las moscas cansadas de aletear buscando el lugar donde posarse mueren. Crees que soy un intelectual, y que eso te exime de la tarea de interpretar lo que digo. No. No sé nada de eso... quizás sí acepte un poco tu manera de verme: como un loco inofensivo. Es nuestra manera de comunicarnos. Vos escuchas, pensás que soy muy complicado, y me tratas de loco. Yo que no busco que entiendas, busco tu corazón, que tus sentimientos abrasen mis palabras, me encojo de hombros y espero impaciente el momento en que coincidimos, mudos y extasiados de amor ¿sentís?
Muchas veces me obsesiona llegar a vos con las manos invisibles de las palabras. Busco algo en vos, pero a diferencia de la mayoría de las personas que nos rodean y nos condenan, no busco la exaltación, el jadeo liberador de opresiones insoportables, ni caricias que queman los instintos y callan la razón (no niego que las prefiera, pero ya ves, no contribuyen mucho a nada), también quiero colmarte de palabras, entro a tu laberinto con ellas, y te busco.
Esta búsqueda insistente, los encuentros súbitos en los que nos volvemos a perder, algo llamado amor, es lo que somos. Sigamos en él. En medio de todo este griterío sordo de gentes que creen en la felicidad cuando están cómodos, nos buscamos infelices amor, nos amamos persiguiéndonos, recorriéndonos, extraviándonos, despidiéndonos y volviéndonos a buscar. Quizás llegue el momento en que no te encuentre, o el instante en que no te busque, y que me canse de atropellar a todos por tu amor... no lo sé. Solo sé que esta es mi manera de amarte y de sentirme amado. Tal vez todo esto ya te lo dije alguna vez, seguro ya lo olvidaste, y me estás buscando. Te espero... en silencio te busco y te espero.

(fabi_11g@hotmail.com)

martes, 13 de enero de 2009

Sobre un mal día

ºº
Qué absurdo es todo. Nacer con la calesita ya dando vueltas y vueltas. Siempre las mismas. Lo absurdo, es saber que mañana me voy a levantar, por mi propia cuenta, es decir alrededor de las 10, me voy a cepillar los dientes, lavar la cara, …etc, saber, conocer lo que no existe, Kant, estabás un poco equivocado con eso de los "limites de la experiencia", se conoce, te digo, que lo que no se experimenta se conoce y se programa, se llama absurdo. Lo absurdo es saber sobre algo que no existe. La programación de la nada, del vacio, del mañana que no existe nada más que como concepto. El dinero que no tenemos ya está gastada. La ropa que no llevamos cuando hacemos el amor, cuando nos bañábamos, ya esta arrugada, sucia de nuevo. Todo es tan absurdo. Déjenme el tiempo que no existe para mí. Basta de los “mañana tenés que ir a tal lado. ¡No existe!
Y ahora escribo en esta maquina que me asegura que luego guardara estas palabras en esa valija que se llama tecnología, como un cerebro biotecnológico, una neurona infinita, inmortal.
Este tejido que tejo con signos que me creo sin ninguna razón (quizas para escapar del absurdo convenciendome que un significado es todo lo que tengo, la vida es insignificante en sí misma) o motivo claro, lo hago por el escribir mismo, quizás es lo que más se aleja del absurdo: por qué escribo: no sé, para liberarme de algo, porque no sé que va a pasar dentro de unos segundo…. Espero y oh sigo escribiendo, pero… nada es tan claro, todo es un absurdo. Escribir nos libera, nos convierte en vivientes de la nada, en resistencia del devenir tarado y gritón…
-Ah, palabras téjanme un abrigo resistente que me de cobije y me salve de todas las renuncias del presente que es en última instancia la vida, lo que hay que vivir, el lugar, el único lugar, donde podemos escapar del absurdo, del hurto de lo que no existe nada más que en forma de esperanza, que es también absurda…

Nota: en la wikipedía. En lógica, el absurdo es un conjunto de proposiciones que lleva inevitablemente a la negación de cualquiera de las mismas. Ejemplo: 1. A => negación de B, 2. B, 3. A Dado 3 y 1, se llega a "negación de B" que es la negación de la proposición 2: El absurdo del absurdo, sigamos durmiendo que la razón no exite.

lunes, 12 de enero de 2009

Te has impreso en mí, como la luz


Luis Alberto Spinetta lo dice en Fuji (canción inolvidable, misteriosa, plagada de un cúmulo de palabras que son como una aguja de oro que hilvana significados inagotables): “Te has impreso en mí, como la luz”. Él músico lo dice y lo canta y yo lo interpreto, le robo un significado que talvez no tenía en el momento que fue creada, le hago nacer una ramita rosada, y pienso que es eso en lo que reside toda poesía lograda: en dar vida a las palabras. Sí, la vida es lo que tenemos que buscar hasta la muerte, en una canción, en una palabra, en una rosa que el invierno cerro, o en un yuyo pisoteado por los niños que eligieron ese lugar para jugar.
La vida primero, entonces...Voy por parte. Sofía mi hija, nació hace un mes, desde entonces se ha impreso en mi piel, en mi ropa, en el pelo, la llevo con migo a todas partes, a la casa de mis padres, al supermercado, a las farmacias, es la vida impresa en la mía. A pesar de que su ser diminuto y gigante está dormido en su cunita de mimbre, ella se adhiere en mí y va conmigo siempre. Aunque no la piense: si por un momento de distracción me olvide de ella, ella sigue conmigo.
¿Fanatismo por uno mismo proyectado en su hijo? No más bien amor disparado de el padre a la madre y de ésta al hijo, para cerrar un triangulo de vínculos incorruptibles, un proyecto de hombre y mujer, una necesidad de ser.
Al igual que la luz: (sin su cuerpecito brillando en llanto no soy nada) de la luz, necesitamos que su blancura invisible se nos pegue en la piel y nos de vida, nos muestre para los demás. Una fotografía negra no significa nada para nadie, y quizá en esa oscuridad habite la persona más divina del mundo, un Mesías fotografiado. Ah pero que pena sin la luz ni el mismo Jesús existe. Y por más innovadora que sea la foto de un dios perdido en la oscuridad, de nada sirve sin la luz que alimenta nuestro corazón de vida, sin el sol que no puede encender en plena noche, sin la luna que en días nublados se encapricha y no viene a nosotros, se queda detrás de una nube, a adorarla.
Pero la luz no sirve de nada cuando necesitamos existir para nosotros mismos, nuestra conciencia no necesita de la luz, necesitamos algo más, siempre algo más. La vida, sí la vida, de una persona, la de un animal, la de una planta... Siempre proyectamos nuestra vida en otra que es como un espejo, la necesitamos para que nos muestre a la vez en la suya es como una retroalimentación, una negociación de existencia mutua, una red vital. Sin nadie que nos diga tú no podemos jamás decir yo. La historia del cura o el filosofo retirada en su caverna es empíricamente imposible, y por lo tanto ilusoria, engañosa, un virus ideal que durante siglos ha engañado al hombre haciéndole creer que la posibilidad de ser dios está a la vuelta de la esquina.
Algo siempre debe imprimirse en nosotros. Los ojos de una bebe, de una mujer, de un hombre, etc.
Un claro ejemplo de ello es la película El naufrago, donde el personaje principal perdido en una isla desierta necesita ese otro que proyecte su ser en él para poder vivir, necesita encontrar vida en algún lado, y se crea un compañero con una pelota de béisbol llamado Wilson. Algo característico, es que el personaje logra, con pocos medio, obtener fuego y así se satisface la necesidad biológica, una vez logrado esto uno podría creer que el personaje esta salvado de la muerte pero no antes también precisa colmar las necesidades del espíritu, por ello crea a Wilson, ya que antes de Wilson nadie se había impreso en él, como la luz.