lunes, 12 de enero de 2009

Te has impreso en mí, como la luz


Luis Alberto Spinetta lo dice en Fuji (canción inolvidable, misteriosa, plagada de un cúmulo de palabras que son como una aguja de oro que hilvana significados inagotables): “Te has impreso en mí, como la luz”. Él músico lo dice y lo canta y yo lo interpreto, le robo un significado que talvez no tenía en el momento que fue creada, le hago nacer una ramita rosada, y pienso que es eso en lo que reside toda poesía lograda: en dar vida a las palabras. Sí, la vida es lo que tenemos que buscar hasta la muerte, en una canción, en una palabra, en una rosa que el invierno cerro, o en un yuyo pisoteado por los niños que eligieron ese lugar para jugar.
La vida primero, entonces...Voy por parte. Sofía mi hija, nació hace un mes, desde entonces se ha impreso en mi piel, en mi ropa, en el pelo, la llevo con migo a todas partes, a la casa de mis padres, al supermercado, a las farmacias, es la vida impresa en la mía. A pesar de que su ser diminuto y gigante está dormido en su cunita de mimbre, ella se adhiere en mí y va conmigo siempre. Aunque no la piense: si por un momento de distracción me olvide de ella, ella sigue conmigo.
¿Fanatismo por uno mismo proyectado en su hijo? No más bien amor disparado de el padre a la madre y de ésta al hijo, para cerrar un triangulo de vínculos incorruptibles, un proyecto de hombre y mujer, una necesidad de ser.
Al igual que la luz: (sin su cuerpecito brillando en llanto no soy nada) de la luz, necesitamos que su blancura invisible se nos pegue en la piel y nos de vida, nos muestre para los demás. Una fotografía negra no significa nada para nadie, y quizá en esa oscuridad habite la persona más divina del mundo, un Mesías fotografiado. Ah pero que pena sin la luz ni el mismo Jesús existe. Y por más innovadora que sea la foto de un dios perdido en la oscuridad, de nada sirve sin la luz que alimenta nuestro corazón de vida, sin el sol que no puede encender en plena noche, sin la luna que en días nublados se encapricha y no viene a nosotros, se queda detrás de una nube, a adorarla.
Pero la luz no sirve de nada cuando necesitamos existir para nosotros mismos, nuestra conciencia no necesita de la luz, necesitamos algo más, siempre algo más. La vida, sí la vida, de una persona, la de un animal, la de una planta... Siempre proyectamos nuestra vida en otra que es como un espejo, la necesitamos para que nos muestre a la vez en la suya es como una retroalimentación, una negociación de existencia mutua, una red vital. Sin nadie que nos diga tú no podemos jamás decir yo. La historia del cura o el filosofo retirada en su caverna es empíricamente imposible, y por lo tanto ilusoria, engañosa, un virus ideal que durante siglos ha engañado al hombre haciéndole creer que la posibilidad de ser dios está a la vuelta de la esquina.
Algo siempre debe imprimirse en nosotros. Los ojos de una bebe, de una mujer, de un hombre, etc.
Un claro ejemplo de ello es la película El naufrago, donde el personaje principal perdido en una isla desierta necesita ese otro que proyecte su ser en él para poder vivir, necesita encontrar vida en algún lado, y se crea un compañero con una pelota de béisbol llamado Wilson. Algo característico, es que el personaje logra, con pocos medio, obtener fuego y así se satisface la necesidad biológica, una vez logrado esto uno podría creer que el personaje esta salvado de la muerte pero no antes también precisa colmar las necesidades del espíritu, por ello crea a Wilson, ya que antes de Wilson nadie se había impreso en él, como la luz.

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