viernes, 3 de abril de 2009

martes 18 de noviembre de 1974. Por Antonin Artaud



No hay mundo

Ni invisible dominio oculto
Ni espíritus ni mundo de espíritus, nada de eso, nada de eso,

Hay simplemente un estado escondido y oculto,
Un desplazamiento o partir invisible de los cuerpos humanos
Cuyo estado anatómico externo, orgánico externo

Es el único estado reconocible, valorable, de todos los cuerpos.
Esta partida o desplazarse invisible de los cuerpos humanos

Es un estado en el que no se permanece, en el que no se puede

Permanecer,
Porque es el vacío y la nada

Y habitar en él es

Permanecer muerto

En lugar de querer estar vivo,

De buscar permanecer vivo,

Para ganar la vida eterna,

Y este estado en el que no se puede permanecer porque es

El vacío y la nada, el vacío de la nada,

Es un estado en el que hay que evitar, hay que vencer la

Tentación de hacerse cuerpo, de dar vida al cuerpo

Porque es la d (...)

Pero es cierto también que a través de aquel dominio pasa todo

Lo que hay de valorable en un cuerpo

Y que no es el estado pútrido

O fluido,

Que no es un estado químico o físico, que no es tampoco

El estado

Al-químico

De los cuerpos,

No es un estado sensible y es peligroso y mortal quedarse allí,

No es un estado insensible y nada más que eso,

No es un estado imperceptible y nada más que eso,

Y no es un estado que pueda percibirse

Pero es el estado perceptivo,

Y no es el estado de no percepción,

El estado repulsivo,

No es un estado,

ES UNA VOLUNTAD DE VACÍO,

Una voluntad que crea el vacío en torno a ella,

Y que se corresponde con aquello a lo que se llama

El polvo de la eterna resurrección,

Es el estado en el que es preciso no dejarse

FIJAR

Y no el cual

Pero a través del cual

Yo fijo los dominios de conciencia que yo quiero destruir y

Eliminar

Porque no hay

Y no debe haber allí conciencia,

No es un estado en suma

Sino un cuerpo,

Una eliminación de todo cuerpo,

El grado eliminativo (mierda)

El terrible paso por el fuego verde y negro

Que no debe mostrarse

Pero a través del cual se reposa,
Y el vacío y lo pleno.
P.S.:Es un agujero que no debe ser dejado vacío

Y por medio del cual, con la ayuda del cual se reposa de

Los cuerpos de más en más terribles

Y evidentes

De lo pleno

Es el grado del vestido definitivo

Que permanece

Invisible solamente

Cuando se lo mira.

¿Se podrá quizá mirarlo?


Es el estado de perfeccióny esa perfección es ser uno mismo,la perfección del dolor absoluto donde se está solopero solo CONSIGO MISMOsolo como en sí mismo.

Puede ser que...



Puede ser que estabas en...
Mientras yo me dirigía hacía...
No lo recuerdo bien si así fue
Puede ser, puede ser...

Luces giratorias azules me...
Y me maltrataron...
yo sólo pensaba...
Siempre en ti...
Pues podía ser que...
Podía ser, podía ser

Desde noches pasadas que...
Desde viejas noches lo...
Deseo una llama en mis zapatos
Verte, verte, verte en...
O entre los estériles pastizales del...
Siempre ahí, justo...
Siempre

Nunca lo supe ni...
Explanadas de misteriosas...
Y me paralizaban en...
Me lo impedían, por mas que...
No podía...
Sin poder trasmutarme en espíritu hacía...
Siempre ahi...
Hacía ti.

domingo, 22 de marzo de 2009

Quiero un único respiro...


Quiero un único respiro fuera del tiempo
No un suspiro, ni vacaciones en febrero,
Un respiro que sea libre como el viento
Que me encuentre sólo, eso quiero

Desatar los lazos que me oprimen
Me sacuden, me constriñen
Una acción verdaderamente redentora
Un centro, un camino, una proa

Transitar mi propia vida infinita
Simulacro del solitario mal gastado
Soporíferas acciones me limita
Siguiendo cansado, un río enmarañado

Intento, intento, intento,
No sé cómo las hojas pueden
Estar suspendidas tanto tiempo por el viento
Tampoco sé cómo suelen
Generar en su viaje tanto suspenso
Por más que lo pienso
Intento, intento, intento.

Y las huellas de los besos
Se van borrando y actualizando
En un hilarante proceso
Jugando, festejando, amando,
El ser es justamente eso
Besos que nos van quemando
Por fuera, o por dentro es siempre eso

Yo, un respiro que golpee el pecho,
Quiero
Un solo respiro en el cual diluir mi ser entero
Las hojas, los besos, el viento, el centro,
Una bocanada que me enseñe: qué es todo esto,
Eso quiero.

lunes, 9 de marzo de 2009

Una pesadilla (cuento)

Llegó el momento. Voy a contar lo que sucedió y espero no tener que repetir luego nada referido al tema. Quiero que sea está la única y última versión de mi muerte. He muerto, lo sé porque fui yo quien eligió ese destino, y si ahora narro la historia de mi muerte, es porque habito en otra realidad donde no existe la causalidad, ni el orden biológico de los cuerpos. Por eso puedo hoy morir y al instante --o quizás en millones de años--, contar, ya muerto, el momento exacto en que brazos alados volaron sobre mi como dos cuervos crueles para cubrirme de oscuridad.
Sé también que tú me oyes desde tu realidad. Donde mis palabras se las llevará, el humo blanco de la luz de la mañana; donde serán pisoteadas por tu estúpida incredulidad. Es decir, no las palabras sino a sus preciados significados. En tu sitio todo será banalizado por la mediocre razón, sin embargo, es aquí desde donde yo te hablo por una simple ilusión, o tal vez me mueve el horror de tener que contarte mi cruel final, que es el tuyo, y que no podrá ser borrado jamás por ningún calculo, ni por ningún dios, porque no hay paraíso para los que mueren para contarlo.
No es preciso hablar del tiempo cronológico en que comenzó todo, sólo que al levantarme de un sueño insoportable me sentí como cayendo desde un edificio, flotando en un vasto espacio como en un mar sin orillas, un lugar diferente al mío más bien pequeño y bien definido.
Lo peor no era llegar al piso, sino que , justamente, éste nunca aparecía: todo era un ir por el espacio sin saber hacía dónde, cuándo y cómo. Tampoco era angustia lo que sentía, no. El sentimiento que me despertó de mi profundo sueño, como de mi existencia, mas bien era desilusión, desesperanza, un andar en el desierto muerto de sed. Ya nada importaba, la vida era un cuarto desordenado implorándole al sol un rayo más de luz, y nada más.
Sentía la necesidad desperada de deshacerme de esa lanza que me apuñalaba imprevistamente, la tenía atravesada y eso era lo que más me estorbaba no poder quitármela del corazón, o del alma. No sé. Pero no sé porque en ese momento toda creencia convencional, toda idea sublime del alma no existía ya. No había dios, amor ni patria; ni persona individual, ni social, ni solidaridad, ni la necesidad de ayuda; todos los valores obtenidos por el hombre al lo largo de la historia, desde la música hasta la pintura, desde la religión hasta la humanidad, descendieron a ser un mísero bollo de papel que se consumía con el fuego de mis pensamientos, agitados, intensos, intranquilos. Sólo existía mi cuerpo y esa habitación miserable que me asfixiaba entre sus cuatros reducidas paredes. Sin embargo, salir afuera hubiese sido avivar más la llama de mis violentos sentimientos, porque afuera nada había que me calmase, al contrario, todo lo que allí encontraría, despertaría más mis ganas de matarme. Porque en ese momento aún conservaba, en esa habitación oscura y maldita, un margen de cordura. Cordura que una vez allá afuera, con la hostilidad de la gente, con su hipocresía, su incapacidad de expresar nada que sea realmente propio, con su manía de reproducir simplemente lo ajeno, se consumaría en odio. La gente rebasaría mis agrios sentimientos, y yo ya no sería nada más que un estorbo, un hombre en un mundo de dioses, o un esclavo en tierra de reyes. Así fue que decidí guardar esa pizca de calma en mi cuarto, recapacitando sobre qué había pasado: por qué después de 27 años de días rutinarios, unas pocas horas de sueño bastaron para tornar la simple realidad en un caos, y en un continuo sufrimiento que en ese momento, aún desorientado por el sueño, recién comenzaba a surgir, de manera progresiva en mí; haciéndome sentir algo menos que una cucaracha. Resolví que sólo debía esperar que el tiempo asesinara con las balas de los segundos mi tristeza. Metí llave a la puerta de mi habitación, me senté, y entre lagrimas dejé fluir todo lo malo que había en mí, como si el tiempo fuese un inmenso mar que llevase lejos mis penas. Pero nada de eso ocurría, por el contrario, más se habrían mis heridas. Recuerdo que entre tanto dolor huellas del sueño tenidos minutos antes empezaron a manifestarse en mi razón, como fantasmas que surgen de una vieja mansión. Eran, sin embargo, recuerdos vagos, desarticulados, que juntos no mostraban ningún sentido. Recordaba, una voz que hablaba de una muerte segura, de una habitación, de sufrimientos, y de odio. Veía imágenes tales como un rayo de luz colándose por la ventana de un cuarto muy reducido, y nada más. Esto es lo poco que pude descifrar del poco ejercicio que tenía mi razón en ese momento. Luego, en cuestiones de segundos, como un torrente frío y violento, sombríos sentimientos arrasaron con toda razón y con ella iba yo, mi cuerpo lo que fui, y ya no seré; lo que elegí dejar de ser a cambio de esta guerra y esta paz, de este lugar al que sólo puedes asomarte en reducidas oportunidades, y que muchos juzgan como lo irreal. A pesar de todo: del sudor, de la exaltación, del llanto, de la risa, del recuerdo imborrable que produce en la memoria, todos lo juzgan como algo que escapa a la experiencia, como un cuento ocasional, nadie ve la realidad. Y tú tampoco. Porque sé que aunque despiertes con un sentimiento amargo oprimiéndote las sienes, aunque experimentes la apuñalada de una lanza en medio del pecho, a pesar de que luego te quites, literalmente, la vida, tu, o sea yo, creerás que nada es real que todo fue un simple sueño, o una pesadilla.

sábado, 7 de marzo de 2009

Esperando el 6

Todo se entreteje. Estamos todos unidos por el mismo hilo. Sin extremo. Infinito. Es el mismo hilo. Gigante armatoste colorado. Me transportas a mi destino, que es el tuyo, porque yo te habito. Rojo como la sangre, en esta esquina donde muere el tiempo te espero.
Me miras, suspendes tus ojos en los míos por unos segundos, como queriendo hurtarle algo, tal vez tu salvación, porque me miras como pidiendo auxilio, no a mí, que no soy nadie, que solo te miro, pero tus ojos piden auxilios, mirando a la nada, perdiéndose en los míos.
Todo se mueve, el punto perfecto de la quietud es la muerte, ¿existe? No es un ideal. Todo se mueve unido por el mismo hilo.
Tú llevas las bolsas del supermercado que cuelgan ahí tensas en tus manos, como queriendo deshacerse sobre el suelo de piedras imperfectas, fragmentadas por el tiempo, de figuras hermosas que cambian: son las sombras arrojadas por el inmenso sol. En el imprevisto jamás visto, las bolsas quieren caerse a tus pies porque la colmas de alimentos. Veo una escoba sin su mástil, un manojo de acelga, unas papas, una caja de te, un paquete de yerba, y demás.
Veo que un pensamiento te lleva perdido entre toda esta gente, autista trauseaunte ensimismado, caminas por pura inercia de tus piernas, que te llevan, mientras a ti es tu pensamiento (¿una mujer, o problemas financieros, acaso?) el que te conduce, quien pierde tus ojos en el edén de tus ideales.
Señoras tristes, con ojos tristes, de hombros caídos, y silencios que son lagrimas andantes, flotantes, lamentables. Esperas también el autobús, "el que va a barrio La Loma", dices y falleces a la espera eterna, la siempre maldecida espera. Por sus ojos veo que la espera, aunque llegué el autobús que la lleva a La Loma, no cesará, siempre esperaran algo, la vida, quizás.
Mujer de brazos cruzados, bufes porque, dices, "hace rato estoy esperando". Estiras el cuello como una jirafa, exigiéndole a tu vista confundirse con el horizonte, como si con el pardo de tus ojos bastará, para que al fin llegue. Pero no, y vuelves a enredar tus brazos, bufes otra vez, y te sientas a mi lado y yo bailo al vaivén de tus piernas suspendidas en el aire a pocos centímetros del suelo.
Veo que se acerca el mío. Lleva un número 6, de panza redonda, estampado en su frente. Dejo por ahora la birome, la tinta cronista de este cúmulo de gente. Quizás después le vuelva a exigir los signos que hablen de la mujer que besa al bebé que, como un gran tesoro, sostiene en sus brazos, o haga una poesía al llanto de esa niña, o invente un cuento sobre los trozos de vida que se enredan en la parada de los colectivos, en donde estamos todos unidos por el mismo hilo. Sin extremos. Infinito. Es el mismo hilo. Llega...

miércoles, 4 de marzo de 2009

Día de lluvia

*

Miércoles 4 de marzo. Lluvia. ¡Y qué lluvia! Como dicen los periodistas: "copiosa". No sé por qué los periodistas a la hora de informar son tan pocos originales. Cuando hay un incendio dicen, "el siniestro", un asesinato "terrible" --sí el asesinado es empresario, sobre todo--, un accidente de tránsitos, "colisión" y cuando llueve "copiosa lluvia". Hay muchos adjetivos. Nos hemos adjudicados a lo largo del tiempo infinitas formas de transmitir el mismo significado, un inabordable sistema de sinónimos tan ricos, y sin embargo, todos los medios dicen "siniestro". ¡¿Qué carajo quiere decir siniestro?! Por qué no decir, "incendio", o simplemente "fuego", es más claro y menos "sofisticado".Cada vez me convenzo más de que los periodistas son de la misma estirpe que los curas que en misa te leen siempre la misma Biblia, una y otra vez, la misma.
En fin. Hoy es un día de lluvia. A la mañana, antes de salir a comprar las facturas para el desayuno y después de escuchar en la radio que estaba lloviendo "copiosamente", me quedé un rato contemplando la lluvia, esa melena de agua invisible posándose sobre los hombros de la ciudad. Parado, con el paraguas en la mano, en la galería del frente de mi casa, veía millones de gotas besar los techos, el asfalto, el césped, la cabeza de un niño que cruzaba corriendo, divertido, jugando con la lluvia. Llevaba un guardapolvos que antes había sido blanco, ahora, las chispas de barros le dan un aspecto más bello, menos insulso que su antigua blancura impecable. También vi a personas con oscuros e inmensos paraguas y por un instante llegué a dudar de la realidad. Creí que todo era un sueño: esa gente eran como mutantes producidos por mi inconscientes que los imaginaba sin cara, y con sombrillas en lugar de cabezas, pensé en algunas pinturas de René Magritte: tal vez ahora las estaría recordando, con leves modificaciones, en mi sueño. Yo, además, estaba a punto de convertirme en uno de ellos, en un personaje pintado por Magritte, no bien saldría a la lluvia y abriera el paraguas, mutaría a un hombre sin cara, con cabeza de sombrilla. Pero estaba el niño, él iba sin paraguas. Jugando con la lluvia: mostraba las palmas de sus pequeñas manos al cielo y esperaba la llegada de frescas gotas, jugaba a encerrarlas y llevárselas a su casa para seguir con el juego. Sin embargo, una vez que el niño se perdió en la esquina, la peregrinación de cabezas de sombrillas no cesaba, era como un tren infinito que jamás mostraba el último vagón. Pensé que el contraste entre el niño y las personas, era el del hombre socializado, por un lado, con todos sus miedos, dudas y preocupaciones; con sus automatismo, y la modernidad sobre sus cabezas, cubriéndolos de la lluvia, protegiéndolos de los caprichos de la naturaleza, es decir, de aquello que no se puede dominar. Y por otro lado aquel que ignora los engranes de la sociedad, aquel que aún cree que la imaginación es también la realidad, que convierte a la lluvia en un suceso único, y no teme que su pureza lo cubra, al contrario, es ésta la principal condición para sentirse alegre con el agua, con la naturaleza. Sabe, además, que sus padres --ellos también llevan paraguas--, lo van a recibir con un reto por llegar "todo empapado", pero no tiene miedo, no cree en las consecuencias, sólo vive el presente, en donde es feliz, o por lo menos se siente alegre.
Seguro de la oposición de esos planos tan distantes, tan definidos, me sentí del lado de los hombres con cabeza de sombrillas y el chico que hay en mí, sintió envidia de no poder salir a recolectar, igual que aquél niño, las gotas de la lluvia. En la lugar de agua yo tenia en mis manos, en el plano social, algo para protegerme de ella: un paraguas, una prevención al juego, un signo del sistema contaminando mi alma. Un miedo innecesario.
Los miedos de los niños son realmente sentimientos: miedo a la oscuridad, a una mascara que deforma el rostro, a un animal peligroso. Los miedos de la sociedad, en cambio, son puro invento. El miedo a la lluvia, por ejemplo, nos hace llevar paraguas no sólo cuando está lloviendo sino también cuando esta nublado por-si-las-dudas. Tememos al agua, nos da miedo mojarnos. Pero más temor nos produce que algo nos sorprenda en plena rutina. Por eso el paraguas cuando las nubes se concentran cubriendo la cara del sol.
--¡Qué estupidez! --Dice el niño que habita en mí. Aquel que cuando llovía no sólo salía a mojarse gustoso, sino a embarrarse también. A zambullirse en los charcos de agua, sin miedo a la golpiza segura de mis padres que castigaban mi alegría. Ese niño, como deshago de esos años en que se condenaba su libertad, tiró el paraguas a un lado y me empujo a la calle, a caminar las dos cuadras que me separan de la panadería abrazado por la lluvia, por sus inmensas manos de agua. Me moje realmente mucho, pero sentía una alegría inocente, un poco infantil. De eso se tratataba. Pero sólo fue ese tramo, porque debía comprar mis facturas, debía cumplir con la misma transacción obligada de todas las mañanas, debía desayunar a tiempo, porque ya no soy un chico, ya nadie me traen el desayuno a la cama.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Pequeña reflexion o estupidez gigante que intenta ser un diminuto orificio que nos permita descubrir detras de todo una realidad sublime o atroz

"La alegría es pena que se disimula, sobre la tierra no hay mas que dolores". Al leer estas palabras conjugadas por la escritora sueca Selma Lagerlöf (1858-1940), inmediatamente sentí la angustía de creer que esto realmente fuese así: una vida de tristeza que sólo se puede mitigar por momentos y con ilusiones, con mentiras ingeridas con vasto gusto. Nunca podremos definir si todo es felicidad arruinada de cuando en cuando por pequeñas penas o si todo es tristeza que algunas veces cede para permitirnos un poco de dicha, o maquillaje. La segunda deducción pesimista parece ser, en estos tiempo de mediación aterradora masiva, la más aceptable. Así lo creía por su parte la escritora sueca, pero un poco de optimismo suele ser también un buen comienzo, o un comienzo y ya. Lo que no es poco. Hay que decidir si la vida es felicidad o morir en el intento, buscándola. "Ser o no ser" esa seguirá siendo siempre la cuestión.

domingo, 1 de febrero de 2009

Palabras muertas: sol tia

Quiero escribir con palabras muertas
Acomodarlas juntas, en fila
En un orden igualmente sin vida
Comenzando por "sol" y puedo seguir con "tía"
Sol tía
Así por que sí, unidas
Escribir con palabras muertas una poesía
O un cuento, tal vez su biografía
Cuando no eran mas que un medio
Cuando perdieron la vida
Escribir con palabras muertas
Amena tarea para un poeta igualmente muerto
Palabras muertas tiradas al sol
Inertes, sin corazón
Jugar con "tierra" porque sí
Con "caballo", con "destino", con "uña"
Porque sí
Tierra caballo destino uña
Sin vida las palabras no se comunican
No tienen destino, son incomprensibles
Pero un poeta muerto las comprende
"Brisa" se agrega al juego
Tierra caballo destino uña brisa
Que divertido jugar sin la triste vida de las palabras
Palabras muertas de nadie, mías.
Las acomodo, las pronuncio con el corazón
En silencio las quiero, las entono con la sangre
Muertas así sin ninguna razón
Las pronuncio con ese algo que no se puede explicar
Porque no, nena suelo salón así
No hay palabras que vivan para mí
Las muertas son mejor sh, sh
Y las usábamos para decir "Amor"
Antes eran algo así como "amor de mi vida si tu supieras..."
Y estaban vivas, pero tristes
Se volvieron suicidas
Hoy están muertas, nadie les da alas
Tampoco ellas las prefieren
Digo, a las alas
Esperan un poeta muerto
Prefieren el enigma de la nada
Que sean de nadie, no de todos
Hoy ellas, ahora, muertas
Yo las uso, junto sus cadáveres innombrables
Sus cuerpos violetas y las pronuncio
Les doy vida, las desgarro de las brasas de la muerte
Vuelven a ser de todos
Vuelven al despilfarro, se acabó su suerte
La tristeza de ellas está en la vida
Un poeta muerto las necesita, aunque no lo quiera
Aunque las desee muertas, vivas.
Quiero escribir con palabras muertas,
Sin embargo, en ellas, siempre esta la vida.

martes, 27 de enero de 2009

El desocupado

*


...soy un desocupado. Lo cual, creo, significa que nadie me ocupa. Nadie se interesa por mí, no ocupado. Nadie, (según los sinónimos que me da Word), me invade, me asalta, me conquista, me irrumpe, se me mete, me sojuzga, me domina. Soy libre. Pero la libertad cuesta el dolor que todos niegan y esconde en sí. Me vuelvo preso de mi libertad cuando es la peor blasfemia que pueda uno proferir: ¡LIBERTAD!. La libertad me expone a la condición de desocupado, de des-invadido, des-asaltado, des-conquistado, des-irrumpido, des-metido, des-sojuzgado. Y me des-troza, me aleja de toda unidad, me separa en mil pedacitos, me hace añicos. Conclusión: no soy ni esto ni aquello. Soy un desocupado, un inútil, un posible ocupado, no sirvo para nada.
Servir viene del sustantivo servidumbre, o del adjetivo sirviente. Se refiere, creo, al cuerpo y al alma que sirve a otros, de la misma manera que sirve un martillo para clavar un clavo que se salió de la silla, de la misma manera que una escoba para sacar la tierra, de la misma.... etc. Servimos como cosas, de lo contrario somos desocupados, libres, des-conquistado. Unos inútiles, unos locos.
Inútil: “in” otro prefijo de negación, por lo tanto, inútil: el que no es útil, (más sinónimos): ventajoso, lucrativo, rentable, jugoso, logrado, cómodo, remunerativo, y válido. De todos estros sinónimos el que más me inquieta es “cómodo”, es excelente. Confirma mi idea de la comodidad, y la felicidad: la mayoría de la gente piensa que la felicidad es estar cómodo ¿cómo un perro que se espanta las moscas con la cola a la sombra de un árbol? Sí esa misma comodidad, o ¿la de estar echado tres horas en un sillón frente a luces que muestran figuras consumibles, efímeras y pacatas. mientras que las demás 21 horas del día hacemos lo que no nunca haríamos de no estar obligados, es decir, "servir" a otros, trabajar? Sí eso es felicidad. . La comodidad es la felicidad, hoy, en esta sociedad. “¿sos feliz? No, “cómodo”. Ahora, ser feliz no solo es ser cómodo, sino útil, ventajoso, lucrativo, rentable, jugoso, logrado, etc. Ser útil a alguien es lo mismo que servir a alguien, que someternos a que alguien sirva de nosotros, de nuestro cuerpo y mente, y que como sirviente o útil de ese alguien no podamos chistar (sinónimo argento de criticar), porque las cosas no hablan, y menos aún se quejan. No, eso sería pecar contra toda dicha de vivir. Bajarse de esta armonía que nos lleva siempre a los mismos sitios donde calzamos como tuerca de una gigantesca maquina. El que es un in-útil, un in-cómodo, un in-ventajoso, in-lucrativo, in- rentable, in-jugoso, in-logrado, in-cómodo, in-remunerativo, y in-válido, en fin, es un in-feliz. Quien se somete al caos del alma, de la búsqueda del yo, de los sentimientos más hondos, es un infeliz, un inhumano, un loco. La locura, sobre todo, es la peor de las infelicidades, de las incomodidades. La locura alimenta a esta sociedad de pestilencia humana, de terror por los sentimientos amargos, de esterilidad ante la discordia, de siestas en masas ante la injusticia.
Pero no hablo aquí de la locura de un político que quiere encerrar, como si fueran moscas, chicos de 12 años y se terminó el problema, a la locura que me refiero, aquella que espanta más que la de los ministros, es la de las personas que no toleran más la maquina, son seres humanos tan fecundos como incomprendidos y excluidos, así como también presa del anarquismo del capitalismo. Sus sentimientos centelleantes estallan en mil luces y encandilan a los cómodos, que no soportan que pueda existir alguien que sienta, que ame, y se los tilda de locos y se los encierra. Shakespere no podría haber vivido hoy ni un segundo en esta castración simultánea y descarnada. La locura es la incansable búsqueda de la verdadera felicidad, que se encuentra lejos de un sueldo que nos garantiza la comodidad, lejos de la pieza de una máquina que está siempre en el mismo lugar, hasta que se gasta, se vuelve vieja y hay que cambiarla. La felicidad se encuentra entre las discordias más insoportables, entre los sentimientos más enconados. La felicidad jamás puede ser comprada, no tiene precio alguno, la felicidad se busca hasta la muerte, en lucha con nosotros mismos y con quienes nos rodean. Quizás sea un ideal, sí puede ser, pero el camino que nos conduce a ese ideal es en donde debemos vivir, VIVIR en el buen sentido de la palabra "vida", que no es lo mismo que existencia, que presencia, que dormir. hoy esta búsqueda no le sirve a nadie, pero sin embargo, es inherente a nosotros. Taparla bajo la mierda de la comodidad, bajo la putrefacta y pestilente mugre de la apariencia física; esconderla con cosas parlantes y bullentes de falsedad sucia y mierdosa, hasta el punto de diluirnos en ella, se vuelve el peor crimen que se viene cometiendo desde que el hombre inventó un ejercito de robots disparador de dardos insultantes, desde que el hombre levantó la voz para cagar por la boca: "¡Locos, Locos! ¡Hay que encerrarlos, se muestran incómodos, inútiles, tristes e infelices! ¡Dicen que no a la felicidad que inventamos, y que tiene que ser calma como un charquito, y no brava como un río!"
Yo soy un desocupado, un inútil, un incomodo (vivo incomodo), un , des-invadido, des-asaltado... un in-jugoso, in-logrado, in-cómodo, in-remunerativo..etc. La hostilidad de la sociedad despierta trastornos psíquicos en mí. Estoy abatido, me encuentro fuera de la máquina. Mientras todos dan sus vueltas vegetativas, yo los miro, grito, a veces río, pero cuando me duele en algún lado soy un desocupado...
Walter Fabian Gomez (Fabi_11g@hotmail.com)

domingo, 25 de enero de 2009

Piedra libre (cuento breve)

*
A la memoria del maestro Carlos Fuentealba
Cuando el maestro arrojó la piedra no pensó ni por un momento su destino exacto. Sólo sabía que iba dirigida al enemigo: la policía. Soltó la piedra en dirección a la muralla de escudos que escondía prolijos uniformes azules. La pared de humo provocada por los gases lacrimógenos, sumado al sol del medio día, deformaba los cuerpos, los mostraba casi como un espejismo, como una ola de mar avanzando arrogante. De eso había que defenderse, había que resistir espacio, esquivar balas, gritarle a esa nube negra que avecina la tormenta, había que arrojar piedras. Cuando el maestro juntó la suya (antes la había buscado, la había elegido entre otras más pequeñas) la sostuvo en su mano y sintió que era perfecta. Mientras esperaba que el humo espeso se disipara y le devolviera a su campo visual el lugar preciso donde debía arrojarla pudo decodificar entre todos los gritos uno en especial, en medio del caos encontró orden en unas palabras proferidas por la voz de una mujer: "allá Carlos, allá están" exclamaban, y ¡zas! Con una fuerza que venía desde adentro, desde esos sentimientos que llevaron a los personajes de Shakespeare a la tragedia, el maestro lanzó la piedra.
Solamente el azar, y también un poco el impulso y la dirección del viento --a pesar de la leve brisa caliente--, podían definir el destino final del proyectil rocoso. Cuando el maestro la liberó de su mano derecha se sintió aliviado, no sólo por el peso de ésta, que efectivamente era considerable, sino que también se aliviano un poco de la desgracia de ser un maestro de escuela: vio en esa piedra una obra bellísima, un grito de desahogo convertido en acción directa, instintiva e imprevista cuando la protesta se hace con guardapolvos blancos. Pensó que unos días antes con ese mismo guardapolvo, les había enseñado a sus alumnos que en la época paleolítica la piedra era el único medio del que disponía el hombre para construir herramientas que luego utilizaba para liberarse de las necesidades más elementales... etc. Esta reflexión, en medio del humo, y ahora de los estruendos de balas, le provocó una ligera risotada. Mientras tanto la piedra comenzaba a subir hacía el cielo limpio de nubes. A pesar de que ésta no llegaba a distinguirse de entre las demás, el maestro la siguió con la vista atenta, la vio deformarse por la velocidad que le imprimió su fuerza al lanzarla, y convertirse luego en una especie de estrella fugaz blanquecina. La observó por un momento suspendida en el aire como una nube pequeña. Su gris pardo se deslizaba velozmente en el espacio y su textura sinuosa y áspera (el maestro recordaba la sensación que le había provocado cuando la sostuvo en su mano) contrastaba con la perfecta suavidad del celeste cielo. Finalmente, antes de correr a refugiase, al maestro le llamó la atención que la piedra al traspasar la inmensa pared de humo se perdiera de vista y desapareciera hasta el extremo de serle imposible ver donde iba a llegar. "La puta madre. Ahora nunca voy a saber si sirvió para algo mi piedra", pensó mientras corría sin saber con certeza a dónde lo llevaban sus intrépidos pies.
La mujer que un momento antes le había alertado el lugar donde debía arrojar su piedra lo llamaba a gritos, agitando con gran esfuerzo, sobre su cabeza las manos para que el maestro la viera ya que por el estrépito sordo que producían las balas de los policías todo era un caos de gritos de todo tipo, entre los cuales los de terror eran los que más se oían. Cuando el maestro vio que la mujer estaba oculta detrás de una pared medio construir pensó "allí puedo conseguir varías piedras" y se dirigió al lugar.
La mujer era su compañera de trabajo en la escuela donde ambos enseñaban. A pesar de que en su juventud no estudiaron juntos, cuando comenzaron la enseñanza se hicieron grandes amigos. Eran tan inseparables que en la escuela todos daban por seguro algo más que una amistad, sin embargo nada de eso ocurría. Si bien el maestro en varías oportunidades la había invitado a verse fuera de la profesión, nunca se había animado a decirle que era realmente hermosa. Ahora mientras se dirigía a donde ella lo esperaba, en medio del humo y los estruendos de armas, le surgió un tierno sentimiento al notar cómo sus ojos pardos lo miraban, cómo lo llamaban excesivamente abiertos como si no tuvieran párpados, y se había jurado (todo esto mientras completaba los 70 metros que lo separaban de ella) que luego de esta travesía le diría sin censura lo bonita que estaba en ese momento.
Mientras la piedra seguía deslizándose en el aire, la mujer seguía gritando y los policías disparando, el maestro corría aterrado. Ahora su única preocupación era no morir por una bala. Como era un hombre sedentario, que se pasaba la mayor parte del tiempo leyendo y corrigiendo los trabajos de sus estudiantes, sus piernas empezaron a manifestar, con un dolor tenso y duro, el ejercicio que le exigía la huida, a la par que su pecho se agitaba como un gato dentro de una bolsa arpillera. Sin embargo tenía la ventaja de que sus piernas eran largas, ya que era un hombre excepcionalmente alto (lo que le había costado apodos provenientes del ingenio de sus alumnos), y aunque por un lado el dolor era cada vez más intenso, y sentía también un leve calambres, por el otro tenía la esperanza de que no tardaría mucho tiempo en llegar donde la mujer, (que lo esperaba sin poder salir detrás de la tapia), le gritaba "dale Carlos que están disparando con balas de plomo". Al maestro está noticia le provocó un pavor sólo comparable con el correr de una lagartija subiendo por el interior de su alto cuerpo --desde los pies hasta la cabeza-- que le erizaba hasta los pelos enmarañados de su tupida barba.

Por su aspecto físico el policía no aparentaba sus 21 años. Debajo de sus hombros amplios tenía una caja toráxico robusta y tosca, además sus grandes pies sostenían cuerpo casi de dos metros de altura, por lo que en varías oportunidades le decían, de modo cariñoso, "Chiquito". Su profesión de policía se la había inculcado su padre quien había pasado por la institución sin destacarse demasiado. Por ello su hijo tenía las ansias de poder otorgarle al apellido el prestigio que su progenitor no había logrado.
En realidad el policía era, sólo un ansioso estudiante que contaba los días para recibirse, pues, en efecto, le faltaban unos pocos meses para hacerlo. Su paso por la escuela de policía era destacable. Sus notas eran las mayorías de las veces muy elevadas y su respeto por el orden y el deber, intachable. Todos estos esmeros individuales como estudiante, sin embargo, no fueron tenidos en cuenta por el comisario cuando éste hizo el siguiente razonamiento: "se necesitan refuerzos para reprimir a los maestros y como no los hay, busquemos a los estudiantes que están a punto de graduarse. Todos, sin excepción alguna, son los indicados."
"¡Andá a buscarlos", había gritado el comisario. "Así se van a ser hombres", decía orgulloso de su decisión no muy original.
Por lo único que se preocupaba el policía era por esquivar las piedras. A pesar de que llevaba un arma cargada, no debía disparar, de esto se ocuparían los policías ya viejos, con alta experiencia en el asunto. Sólo debía avanzar en dirección al caos para imponer el orden; en medio de la amplia avenida, con un sol cada vez más arriba, avanzar. Como entre ambas columnas, la de las piedras y las de las balas, se levantaba una pared de humo muy gruesa, el policía veía nacer de ella piedras de todos los tamaños y colores, sin saber quien las arrojaba. Brotaban del espacio como pequeños meteoritos. Aunque el problema no era éste, sino avanzar, ya que mientras lo hacía, más difícil se hacía esquivar las piedras que llegaban cada vez más rápidas y de más cerca, o tal vez era ésta una alucinación producida por el miedo que el policía tenía en ese momento, y que lo obligó a ceder a un poco de desobediencia, a liberar el instinto de supervivencia. Así fue que retrocedió un paso, se separó de la fila para poder observar mejor la dirección de las piedras. Pensó que si contaba con un poco más de espacio podría cubrirse mejor de la lluvia de piedras. Su compañero de la fila cuando no lo sintió más a su lado se dio cuenta de la maniobra.
--¿¡Qué hacés Chiquito!? ¿Sos boludo? Te la van a poner. ¡Volvé acá!
--¡Apurate Carlos, que vienen de todos lados!
--Callate. Acá es más seguro. Vas a ver. Date vuelta y seguí avanzando!
--¡Mejor tirate al suelo. Si corrés así no vas llegar vivo.
--¡No! Vení.
--¡Se me están acalambrando las piernas!
--Soltame. ¡Correte boludo que viene...¡Ayyy! La conch...
"¡Pum!"
--¡Por eso mejor tirate al suelo te digo!
--¡Ah!
--Se me escapó boludo. ¿Estás bien?
--¡Noooooooo, Carlos!
Al caer al negro asfalto la piedra encontró su destino natural, el lugar donde vuelven a pasar inadvertidas para el hombre, a menos, claro, que éste al no encontrar soluciones razonables a sus problemas, las vuelva a necesitar para transitar, por pura melancolía prehistórica, el camino de la violencia.
walter fabian gomez (fabi_11g@hotmail.com)

lunes, 19 de enero de 2009

Desencuentro

Hay veces que me decís: "estás loco" y yo sonrió resignado porque no le encuentro remedio a tu interpretación banal de mis palabras que a pesar de su procedencia profunda mueren ahí, asesinadas por tu inocente indiferencia. Pero el haz de palabras que se cuela por el orificio de mi boca son como moscas persistentes que zumban y zumban, y buscan el espacio calmo de tu interior para posarse en él, y quieren que las vayas percibiendo de a poco, como una leve cosquilla, que luego se torna insistente y molesta y !paf¡ las espantas... pero su caricia inquieta queda en vos, y ellas, las moscas de mis palabras, siguen ahí inquieta buscando el mejor momento para besarte.
Cuando callo, en cambio, mi silencio también te habla y el tuyo me contesta, nos diluimos en ellos, a veces en miradas otras veces en la indiferencia y casi siempre caer en caricias que se adhieren a la piel como mi aliento húmedo detrás de tu espalda, es el mejor final para volver a empezar, pero ya ves, a pesar del la consumación del placer... en fin, no contribuyen mucho en nada, siempre hay algo más. Los días, las horas, etc, (sí también los etcéteras) nos condenan a la búsqueda desesperada de algo que nosotros, atravesados por el mismo acero, creemos encontrar entre sábanas. Pero la mayoría del tiempo utilizamos las palabras, (o ellas nos utilizan a nosotros), y nos volvemos sordos, transitamos en ellas como inexpertos, principiantes que tropiezan cien veces con la misma endemoniada piedra, y nos perdemos amor. Nos volvemos a buscar y nos hallamos siempre en el mismo lugar, donde ya las palabras no existen, no son necesarias, no ya para nuestro lado animal. De manera que seguimos buscándonos en las palabras, y encontrándonos fuera de ellas. Es el nuestro un amor silencioso, lleva en si la brisa del verano que sólo se percibe como una caricia cálida, y nada más. Pero mis palabras también pueden y deben amarte. Si escucharas en otro plano donde los sentimientos nos sacuden, y son lacerantes, donde las palabras se fundan con ellos para encender el dolor que, a pesar de su mala reputación, nos enseña que estamos vivos, que eso es la vida: una dureza rauda e intolerable para la carne, pero vital, asombrosa e inolvidable.
Pero como ni siquiera llegan a entrar en vos mis palabras, las moscas cansadas de aletear buscando el lugar donde posarse mueren. Crees que soy un intelectual, y que eso te exime de la tarea de interpretar lo que digo. No. No sé nada de eso... quizás sí acepte un poco tu manera de verme: como un loco inofensivo. Es nuestra manera de comunicarnos. Vos escuchas, pensás que soy muy complicado, y me tratas de loco. Yo que no busco que entiendas, busco tu corazón, que tus sentimientos abrasen mis palabras, me encojo de hombros y espero impaciente el momento en que coincidimos, mudos y extasiados de amor ¿sentís?
Muchas veces me obsesiona llegar a vos con las manos invisibles de las palabras. Busco algo en vos, pero a diferencia de la mayoría de las personas que nos rodean y nos condenan, no busco la exaltación, el jadeo liberador de opresiones insoportables, ni caricias que queman los instintos y callan la razón (no niego que las prefiera, pero ya ves, no contribuyen mucho a nada), también quiero colmarte de palabras, entro a tu laberinto con ellas, y te busco.
Esta búsqueda insistente, los encuentros súbitos en los que nos volvemos a perder, algo llamado amor, es lo que somos. Sigamos en él. En medio de todo este griterío sordo de gentes que creen en la felicidad cuando están cómodos, nos buscamos infelices amor, nos amamos persiguiéndonos, recorriéndonos, extraviándonos, despidiéndonos y volviéndonos a buscar. Quizás llegue el momento en que no te encuentre, o el instante en que no te busque, y que me canse de atropellar a todos por tu amor... no lo sé. Solo sé que esta es mi manera de amarte y de sentirme amado. Tal vez todo esto ya te lo dije alguna vez, seguro ya lo olvidaste, y me estás buscando. Te espero... en silencio te busco y te espero.

(fabi_11g@hotmail.com)

martes, 13 de enero de 2009

Sobre un mal día

ºº
Qué absurdo es todo. Nacer con la calesita ya dando vueltas y vueltas. Siempre las mismas. Lo absurdo, es saber que mañana me voy a levantar, por mi propia cuenta, es decir alrededor de las 10, me voy a cepillar los dientes, lavar la cara, …etc, saber, conocer lo que no existe, Kant, estabás un poco equivocado con eso de los "limites de la experiencia", se conoce, te digo, que lo que no se experimenta se conoce y se programa, se llama absurdo. Lo absurdo es saber sobre algo que no existe. La programación de la nada, del vacio, del mañana que no existe nada más que como concepto. El dinero que no tenemos ya está gastada. La ropa que no llevamos cuando hacemos el amor, cuando nos bañábamos, ya esta arrugada, sucia de nuevo. Todo es tan absurdo. Déjenme el tiempo que no existe para mí. Basta de los “mañana tenés que ir a tal lado. ¡No existe!
Y ahora escribo en esta maquina que me asegura que luego guardara estas palabras en esa valija que se llama tecnología, como un cerebro biotecnológico, una neurona infinita, inmortal.
Este tejido que tejo con signos que me creo sin ninguna razón (quizas para escapar del absurdo convenciendome que un significado es todo lo que tengo, la vida es insignificante en sí misma) o motivo claro, lo hago por el escribir mismo, quizás es lo que más se aleja del absurdo: por qué escribo: no sé, para liberarme de algo, porque no sé que va a pasar dentro de unos segundo…. Espero y oh sigo escribiendo, pero… nada es tan claro, todo es un absurdo. Escribir nos libera, nos convierte en vivientes de la nada, en resistencia del devenir tarado y gritón…
-Ah, palabras téjanme un abrigo resistente que me de cobije y me salve de todas las renuncias del presente que es en última instancia la vida, lo que hay que vivir, el lugar, el único lugar, donde podemos escapar del absurdo, del hurto de lo que no existe nada más que en forma de esperanza, que es también absurda…

Nota: en la wikipedía. En lógica, el absurdo es un conjunto de proposiciones que lleva inevitablemente a la negación de cualquiera de las mismas. Ejemplo: 1. A => negación de B, 2. B, 3. A Dado 3 y 1, se llega a "negación de B" que es la negación de la proposición 2: El absurdo del absurdo, sigamos durmiendo que la razón no exite.

lunes, 12 de enero de 2009

Te has impreso en mí, como la luz


Luis Alberto Spinetta lo dice en Fuji (canción inolvidable, misteriosa, plagada de un cúmulo de palabras que son como una aguja de oro que hilvana significados inagotables): “Te has impreso en mí, como la luz”. Él músico lo dice y lo canta y yo lo interpreto, le robo un significado que talvez no tenía en el momento que fue creada, le hago nacer una ramita rosada, y pienso que es eso en lo que reside toda poesía lograda: en dar vida a las palabras. Sí, la vida es lo que tenemos que buscar hasta la muerte, en una canción, en una palabra, en una rosa que el invierno cerro, o en un yuyo pisoteado por los niños que eligieron ese lugar para jugar.
La vida primero, entonces...Voy por parte. Sofía mi hija, nació hace un mes, desde entonces se ha impreso en mi piel, en mi ropa, en el pelo, la llevo con migo a todas partes, a la casa de mis padres, al supermercado, a las farmacias, es la vida impresa en la mía. A pesar de que su ser diminuto y gigante está dormido en su cunita de mimbre, ella se adhiere en mí y va conmigo siempre. Aunque no la piense: si por un momento de distracción me olvide de ella, ella sigue conmigo.
¿Fanatismo por uno mismo proyectado en su hijo? No más bien amor disparado de el padre a la madre y de ésta al hijo, para cerrar un triangulo de vínculos incorruptibles, un proyecto de hombre y mujer, una necesidad de ser.
Al igual que la luz: (sin su cuerpecito brillando en llanto no soy nada) de la luz, necesitamos que su blancura invisible se nos pegue en la piel y nos de vida, nos muestre para los demás. Una fotografía negra no significa nada para nadie, y quizá en esa oscuridad habite la persona más divina del mundo, un Mesías fotografiado. Ah pero que pena sin la luz ni el mismo Jesús existe. Y por más innovadora que sea la foto de un dios perdido en la oscuridad, de nada sirve sin la luz que alimenta nuestro corazón de vida, sin el sol que no puede encender en plena noche, sin la luna que en días nublados se encapricha y no viene a nosotros, se queda detrás de una nube, a adorarla.
Pero la luz no sirve de nada cuando necesitamos existir para nosotros mismos, nuestra conciencia no necesita de la luz, necesitamos algo más, siempre algo más. La vida, sí la vida, de una persona, la de un animal, la de una planta... Siempre proyectamos nuestra vida en otra que es como un espejo, la necesitamos para que nos muestre a la vez en la suya es como una retroalimentación, una negociación de existencia mutua, una red vital. Sin nadie que nos diga tú no podemos jamás decir yo. La historia del cura o el filosofo retirada en su caverna es empíricamente imposible, y por lo tanto ilusoria, engañosa, un virus ideal que durante siglos ha engañado al hombre haciéndole creer que la posibilidad de ser dios está a la vuelta de la esquina.
Algo siempre debe imprimirse en nosotros. Los ojos de una bebe, de una mujer, de un hombre, etc.
Un claro ejemplo de ello es la película El naufrago, donde el personaje principal perdido en una isla desierta necesita ese otro que proyecte su ser en él para poder vivir, necesita encontrar vida en algún lado, y se crea un compañero con una pelota de béisbol llamado Wilson. Algo característico, es que el personaje logra, con pocos medio, obtener fuego y así se satisface la necesidad biológica, una vez logrado esto uno podría creer que el personaje esta salvado de la muerte pero no antes también precisa colmar las necesidades del espíritu, por ello crea a Wilson, ya que antes de Wilson nadie se había impreso en él, como la luz.